Pero lo que para muchos es más que suficiente, para otros es del todo escaso. Quizás porque creemos que no todo el que hace fotografías es fotógrafo (al igual que no todo el que escribe es escritor). El fotógrafo de verdad, necesita los cinco sentidos y emplear la mente muy a fondo. Y no lo digo sólo porque emplee técnicas o equipos complejos de uso profesional.
Me refiero a que un retrato puede resultar correcto (el que nos hacemos para el carnet suele serlo) pero una gran fotografía rara vez es fruto de la casualidad y de un simple movimiento de dedo. Conseguir una imagen admirable no se necesita de la sofisticación de un montaje de iluminación espectacular, ni la cámara más cara, ni un escenario grandilocuente... Sin ir más allá, la archiconocida imagen del desaparecido gurú de la tecnología Steve Jobs, es un caso de entre muchos del triunfo de la sencillez y del buen hacer de su autor, que tuvo que usar todo su ingenio y oficio para retratar a una persona difícil: Cómo se tomó la famosa foto de Steve Jobs
Hay muchas imágenes fotográficas que se han convertido en algo legendario, probablemente porque sus autores usaron todo su ingenio e incluso el alma para hacerlas (creo que el dedo no hizo gran cosa).
Ejemplos de esto los encontramos Joel Brodsky con sus fotografias de Jim Morrison
Arthur Sasse con Einstein
Annie Leibovitz con Jhon Lennon y Yoko Ono
o John Kobal con el mil veces reproducido retrato de Audrey Hepburn. Si queréis conocer la historia de cómo se tomaron otras fotos célebres, podéis leerlo aquí.